dimecres, 17 d’octubre del 2012

El guardián entre el centeno, J.D. Salinger

The Catcher in the Rye 
(El guardián entre el centeno)
de J. D. Salinger
Traducción de: Carmen Criado
Fecha original de publicación: 1951
Editorial: Alianza Ed.

No sé si Holden Caulfield, el joven protagonista de esta novela, tenía un manual titulado Crítica a la pedantería pura. No lo sé. Vaya, lo dudo. Pero capítulo a capítulo desenmascara, con la gracia que le caracteriza, esta enfermedad humana que hace años vemos, oímos y sufrimos.  Allí van algunos dardos de este manual imaginario:

1.   PARA UN SECTOR DEL PÚBLICO DE TEATRO 

‹‹ Al final del primer acto salimos con todos los cretinos del público a fumar un cigarrillo. ¡Vaya colección! En mi vida había visto tanto farsante junto, todos fumando como cosacos y comentando la obra en voz muy alta para que los que estaban a su alrededor se dieran cuenta de lo listos que eran. ››
2.   PARA ALGÚN ESPECTADOR CONCRETO DE ESTE SECTOR DEL PÚBLICO DE TEATRO

‹‹ Era uno de esos tíos que para perorar necesita unos cuantos metros cuadrados. Dio un paso hacia atrás y aterrizó en el pie de una señora que tenía a su espalda. Probablemente le rompió hasta el último dedo que tenía en el cuerpo. Dijo que la comedia en sí no era una obra maestra, pero que los Lunt eran unos perfectos ángeles. ¡Ángeles! ¿No te fastidia? Luego se pusieron a hablar de gente que conocían. La conversación más falsa que he oído en mi vida. Los dos pensaban en algún sitio a la mayor velocidad posible y cuando se les ocurría el nombre de alguien que vivía allí, lo soltaban. Cuando volvimos a sentarnos en nuestras butacas tenía unas náuseas horrorosas. De verdad. En el segundo entreacto continuaron la conversación. Siguieron pensando en más sitios y en más nombres. Lo peor era que aquel imbécil tenía una de esas voces típicas de la Universidad del Este, como muy cansada, muy snob. Parecía una chica. Al muy cabrón le importaba un rábano que Sally fuera mi pareja. Cuando acabó la función creí que iba a meterse con nosotros en el taxi porque nos acompaño como dos manzanas, pero por suerte dijo que había quedado con unos amigos para ir a tomar unas copas. Me los imaginé a todos sentados en un bar con sus chalecos de cuadros hablando de teatro, libros y mujeres con esa voz snob que sacan. Me revientan esos tipos. ››
Pero aparte de hacer de la desesperación la cuna del humor afilado de Holden, Salinger nos lo presenta como un joven rebelde y a la vez sensible; su visión de la vida es más profunda de lo que parece. El humor es el escudo, el antídoto. Pero la enfermedad está. La realidad no cambia. Y Caulfield y su creador lo saben. Por eso se burlan, lanzando un dardo tras otro, en las brechas que cuelgan del maquillaje que lo envuelve todo. Para mí, El guardián entre el centeno, se ha convertido en algo similar a un grito. Un grito, aunque apagado, a favor de las libertades juveniles que, con los años, son segadas, como a un árbol al que cortan las raíces que se  alejan de su parcela.

‹‹ Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo ››, dice Caulfield. Que queden personas, pues, con esta vela oscilante en sus palabras, esperando encima de un abismo y aguardando para evitar las posibles caídas de los transeúntes que pasean por campos de centeno, es, y seguirá siendo, poesía. Pero por encima de todo, una necesidad.

Se trata de un hermoso intercambio que no tiene nada que ver con la educación. Es historia. Es poesía.